Por: Fernando E. Juan Lima
Hoy, 12 de noviembre de 2012, desde
el Festival de Roma, en el que me encuentro en estos momentos, algunas
recomendaciones…
Considerando
lo visto en Cannes, aquí algunas películas imperdibles (y algunas mejor
perdibles), en un frankensteiniano ejercicio que se basa sobre todo en la
cobertura para El Amante/Cine del Festival de Cannes de este año. Las películas
se suceden de acuerdo al orden en que las ví y sólo agrego alguna idea que
posteriormente creció con el tiempo tras la visión de los films en cuestión.
1) The we and the I, película de Michel Gondry con la que se abrió la Quinzaine des réalisateurs (Nanni Moretti en la sala, DEBO decirlo).
Ejercicio de estilo, la acción transcurre casi por completo en el colectivo que
se toman unos chicos del Bronx para volver a su casa en el último día de
clases. Hay momentos de humor logrados y la mirada sobre los jóvenes (esos jóvenes) resulta refrescante en su
falta de preconceptos. Hay “momentos-patchwork” para los amantes de Gondry, no
sea cosa que alguien se sienta defraudado por una película tan norteamericana
(el logro de esos momentos, como también es usual, es dispar). El final se pone
un poquito meloso y redundante, pero la película fluye a fuerza de un guión (¿o
hallazgos?) con unos cuantos momentos brillantes y la presencia de un grupo de
actores no-actores que lo viven con sorprendente naturalidad.
2) Laurence anyways del canadiense Xavier Dolan. De enfant terrible a niño mimado, las caricias del festival y de la
crítica por suerte parecen no haberle hecho mella. Tras Yo maté a mi madre y Les
amours imaginaires, en Dolan se acerca a una historia de amor (¿real?) en
la que el hombre de la pareja, a los treintitantos años admite que siempre se
sintió mujer y emprende el camino del cambio de sexo. No se trata de una mera
salida del armario, Laurence no es gay, de hecho la relación con su amada Fred
continúa con la potencia de un amour fou
que no se desvanece con el paso del tiempo. La música (de Beethoven y Vivaldi a
The cure y Celine Dion), los ralenttis, los colores que inundan la
pantalla (como cuando la pareja camina por un camino nevado y “llueve” ropa de
colores vibrantes) se conectan con su obra anterior pero poseen un desparpajo y
una osadía que incluso las supera. Tanta energía, compromiso y entusiasmo dan
por resultado una película excesiva, despareja, pero no por eso menos
disfrutable.
3) Beyond the hill, de Cristian Mungiu. El ganador de la palma de oro en este festival con 4 meses, 3 semanas y 2 días deja de lado
algún costado de explotación que podía tener esa película e inscribe su nuevo
opus en una línea que dialoga más con la obra de Cristi Puiu y Cornelio
Porumboiu. Con todo lo arbitrario y superficial que puede resultar el poner en
una misma bolsa la filmografía de todo un país, las conexiones saltan a la
vista. Los meandros burocráticos, las pequeñas bajezas y mentiras que corroen
una organización (la salud pública, la policía, etc.) son ahora examinados nada
menos que en relación con la Iglesia (ortodoxa). La película, sin embargo, no
analiza frontal u orgánicamente la institución sino que propone lo que podría
ser una trunca historia de amor entre dos jóvenes mujeres (una ahora monja,
otra que vuelve de Alemania para llevarse a su compañera) y se abre en un clima
que combina el laberinto kafkiano, con ciertos aires de Las brujas de Salem. Mungiu es demoledor sin ser discursivo y el
clima de la película mantiene la tensión durante las dos horas y medias de
metraje.
4) For love’s sake, de Takashi Miike es la película perfecta para la sesión de
trasnoche; de esas que en los últimos años se extrañaban en el Festival de Mar
del Plata y en el BAFICI. Más de dos horas de pura acción, pasiones
descontroladas y disfrute (en un tono mucho más festivo que Lesson of the evil, que acabo de ver en
Roma y también es excelente). En el marco de su prolífica labor, caracterizada
por los giros inesperados y los cambios de registro, esta película se acerca
más a la línea de la trilogía Dead or
alive y, sobre todo, The happiness of
the Katakuris. En un devenir planteado como una estudiantina, en la que el
ingreso de un personaje pendenciero y rebelde en un colegio modifica las
relaciones de fuerza, desatando pasiones y peleas por el poder, no faltan las
trompadas y la violencia física. Pero las peleas son más coreográficas que
reales, abundan los planos generales y medios (no están los típicos planos
detalle de la sangre brotando, de la trompada dando en el blanco), el sonido
magnifica el efecto de esta danza, escuchándose cada golpe como si estuviera
arrancando un miembro del cuerpo de raíz. Además (otra vez los Katakuris), la
historia (¿de amor?) comienza y se cierra con secuencias de animación y hay
unos cuantos hermosos, festivos, descontrolados números musicales. Los colores
brillantes, casi fluorescentes, despabilan al más agotado por el trajín del día
e invitan a sumergirse en el puro placer del sinsentido, del amour fou, de la acción física y del
humor. En el festival de Cannes de 2011 Miike provocaba con una película en 3 D
que no tenía casi acción (Ichimei o Harakiri: death of a Samurai), ahora,
tomando como punto de partida una historieta (manga) si parece interesado en
algo, es en provocar el goce de los espectadores, que no pudieron evitar
aplaudir en varias secuencias. Los movimientos estilizados, la coreografía de
los cuerpos y de las cámaras, la música pegadiza, el desenfreno pop, las
trompadas y los cuchillazos, la historia de amor y unos cuantos personajes
inolvidables (la chica triste, su lugarteniente que mastica el mismo chicle durante
años, el rufián de 17 años que dice envejecer prematuramente), todo suma, y no
como un pastiche (que los ha hecho) sino como una película que se disfruta de
principio a fin, de esas que mientras uno las está viendo piensa: “que no se
acabe, que no se acabe”.
5) Vous n’avez encore rien vu, del enorme Alain Resnais. Más allá de las lecturas que tienen
que ver con el pretendido “testamento fílmico” del gran director, lo que esta
película demuestra es su constante búsqueda y jovialidad, tan ajena a una cierta tendencia del cine francés.
La excusa para juntar a un verdadero seleccionado de actores icónicos del cine
francés (entre otros, Sabine Azema, Pierre Arditi, Anne Consigny, Lambert
Wilson, Mathieu Amalric, Michel Piccoli) es la lectura del testamento de un
director teatral fallecido súbitamente. Su último pedido es que analicen la
propuesta de un joven grupo de teatro para realizar nuevamente Eurídice, obra que aquellos actores y
este director tantas veces llevaron a las tablas juntos. Decir que se trata de
una película marcada por lo teatral sería erróneo, o por lo menos parcialmente
incompleto. Es que, más allá de los bellos textos, y la posibilidad de
escucharlos una y otra vez repetidos por los distintos actores que los
interpretan o los han interpretado, como siempre en Resnais hay una búsqueda
que tiene que ver con la deconstrucción y reconstrucción de una relación
cultural, de una comunicación con el espectador, del aparato cinematográfico en
sí mismo. Los espacios despojados que se van poblando y despoblando de
elementos, transformándose, revelan el acento puesto en el texto y las
actuaciones, pero esas transformaciones, la preponderancia de los planos medios
y cortos, las pantallas divididas, los intertítulos, los textos que se
superponen y se suceden nos demuestran un artificio, un derroche formal, un
juego que es estrictamente cinético. Resnais se sigue preguntando a sus 90 años
qué es el cine. Y, ciertamente, no es mero teatro filmado.
6) Le grand soir, de Benoit Delepine y Gustave Kervern (Un certain regard). No puedo ser objetivo, a esta altura creo que
soy casi fan de esta dupla de directores franceses (digo casi porque, como saben, descreo de los fanatismos). Recordemos: Avida, Aaltra, Louise-Michel, Mamuth… Humor, incorrección política, lucha
de clases y reivindicación del anarquismo. Los Bonzini tienen un restaurante
cuya especialidad son las papas (“La
pataterie”) cerca de un Shopping, su hijo mayor es el punk-con-perro (punk á chien) más viejo de Europa y
cuando su hermano menor es despedido del local de venta de colchones en que
trabaja, se produce el fraternal reencuentro. La manera en que el primero se
gana la vida (mendigando en el estacionamiento del centro comercial o,
directamente, corriendo a instalarse dentro de los autos cuando éstos son
abiertos a la distancia con las llaves electrónicas para exigir un yogurt para
bajarse) termina siendo también la forma en que continuará la suya su hermano.
Y ambos planean una especie de revolución, ya que consideran que todos se
encuentran en una situación parecida a la de ellos hasta el momento en que
tomaron conciencia: todo el mundo vive explotado y harto de sus mediocres
existencias. La exótica revuelta que planean, así como la relación con los
padres y la del hijo menor con su mujer e hija, son tan absurdas y patéticas
que no pueden sino llevar a la carcajada. Pero, entiéndase bien: Kervern y
Delepine no se ríen de sus personajes; los quieren, los respetan. Sus
protagonistas siempre son los marginados, los desclasados, los excluidos del sistema;
pero aun en su aparente locura o ignorancia tienen un grado de lucidez y
dignidad que deja en claro hacia dónde se dirigen los dardos que lanzan.
7) Post tenebras lux, de Carlos Reygadas,
película muy abucheada en el Teatro Lumiére en su presentación en el Festival
de Cannes. Debo decir que no comparto esa percepción de la mayoría de la
crítica en esta ocasión. Indudablemente, en el marco de propuestas más
homogéneas, Reygadas se arriesga a una película que incomoda y propone
innumerables lecturas. Es cierto que, como siempre en él, está presente lo
religioso (esta vez, más que todo, por la aparición en escena del Maligno) y
los paisajes, aún en el acotado tamaño de la pantalla “cuadrada” (ya no en el
1:2,35 de Japón), son también
protagonistas. Lo que parece narrarse es el cambio de vida de una familia
típica de ciudad que se va a vivir al campo; pero en realidad no hay sucesión,
hay convivencia, quizás tiempos paralelos o vidas posibles. De los placeres y
pecados burgueses al instinto más animal de la naturaleza, la película va y
viene sin aclarar del todo vínculos temporales, relaciones causales o límites
entre sueño y realidad. La tentación, lo prohibido, el pecado y el castigo no
responden a una lógica causal sino que se inscriben en la descripción de una
mirada atenta que primero parece ser la de un perro, luego la de un niño y
hasta en algún momento la de la propia Maldad. Es fácil enojarse con alguna
decisión que aislada puede creerse antojadiza (la figura del Diablo animada),
pero esos detalles (así como la visión distorsionada, que pareciera permitir
ver el aura de los personajes) son los que contribuyen al extrañamiento y la
construcción de un clima enigmático del que resulta difícil despegarse.
8) Walker, de Tsai Ming-Liang, es un corto de 27’, realizado para el
Festival de Hong Kong. En él, su actor fetiche Lee Kang-Sheng camina por las
calles de Hong Kong, pero lo hace a una velocidad cien o mil veces inferior a
lo normal, como si fuera no una cámara lenta sino casi un cuadro por cuadro. A
su alrededor la vida bulle, la ciudad es mostrada no sólo despojada (como es
usual en este director) sino también en el ir y venir de la agitación
cotidiana. En ese contexto, Lee Kang-Sheng, ataviado con una túnica al estilo
budista (pero roja), camina lenta y parsimoniosamente, llevando en una mano una
bolsita de plástico y en la otra lo que al final nos enteramos que es un
sándwich. El efecto de descubrir una ciudad tan fascinante contrastando con la
explosión de colorado de la vestimenta del protagonista hace que no podamos
sino seguir su deambular, que se opone al vertiginoso ritmo de Hong Kong. En
los planos generales no logramos dejar de buscar dónde está Wally (Lee Kang-Sheng),
así como no podemos evitar advertir la locura del movimiento de la urbe
9) Gimme the loot, opera prima del neoyorquino de Adam Leon. Cine que parece
verdaderamente Indie (no posee los
vicios de lo Sundance-Indie): una
pequeña película sobre un chico y una chica que hacen graffitis y, cuando uno
de ellos es arruinado por una banda contraria, planean una gran revancha,
intentando llevar su arte a un lugar icónico de Nueva York. Para hacerlo,
Malcom y Lucía necesitan juntar 500 dólares. Las guerras barriales entre Queens
y el Bronx, las relaciones entre los jóvenes, la búsqueda de esa bendita suma
de dinero y una impresión de realidad que realmente sorprende.
10) Después de Lucía, de Michel Franco es la película mexicana de explotación de este
año en Cannes. Roberto queda viudo (su mujer muere en un accidente de tránsito)
y se va a vivir de Puerto Vallarta a Ciudad de México junto con su hija
Alejandra, de 15 años. Esta última será sometida en el nuevo colegio a todo
tipo de abusos y bullying, que pasa
de cortarle el cabello, hacerla comer mierda, violarla y mearla en la cara. Lo
que parece interesarle a Franco es el sadismo, haciéndonos cómplices de todas
las maldades a las que somete a su protagonista. El final es lo de menos.
11) La noche de enfrente, coproducción franco-chilena, película póstuma del gran Raúl
Ruiz. La tentación de verla como una película-testamento, como en el caso de la
de Alain Resnais presentada en competencia, es aún mayor en razón del efectivo
deceso del director chileno (eso de “matarlo” a Resnais me cae muy mal). Tres
edades en la vida de un hombre narradas (es una manera de decir) con base en la
relación con personajes históricos (Beethoven) o de fantasía (el pirata de la
pata de palo), los límites de la realidad y lo onírico, entre el mundo de los
vivos y de los muertos, están siempre en duda, difuminados y confundiéndose.
Efectivamente hay muchos elementos para pensar que Ruiz tenía a la muerte muy
presente al realizar esta película, que en sus mejores momentos posee el ánimo
juguetón del surrealismo, con trozos del guión que parecen fruto de la
escritura automática o de la asociación libre. En particular se disfrutan los
juegos de palabras, aunque la película se hace un poco demasiado circular y
reiterativa, no alcanzando la que podría pensarse como su última gran obra, Misterios de Lisboa, miniserie que
también conoció su presentación como film y que fue exhibido en el 13° BAFICI.
12) J’enrage son absence. En la Semana de la crítica presentó su largo
de ficción la hermosa Sandrine Bonnaire (tengo fotos que lo atestiguan: ¡está
más linda que nunca!), conocido internacionalmente como Maddened by his absensce. Película que Bonnaire dedica a su madre,
el desconcierto y la tristeza son el móvil para que el ex marido de la
protagonista se vaya a habitar en secreto en el sótano del edificio donde ella
vive con su nuevo marido y un hijo de siete años, un poco más que la edad que
tenía el hijo del primer matrimonio cuando murió en un accidente. William Hurt
aporta su cara de nada (muy parecido a Miguel Angel Solá) para contribuir al
extrañamiento de una historia que puede leerse desde el misterio o desde el
melodrama. También se proyectará en Mar del Plata su primer película,
documental, Elle s’appelle Sabine.
Bonus track. No sólo de novedades vive el hombre. Así que a no perderse
tributos, reposiciones y focos. Mar del Plata este año es un poco menos el
lugar donde nos ponemos al día con la actualidad del cine del mundo (por
ejemplo se extrañan Holy Motors de
Leos Carax y la última película ¡japonesa! de Kiarostmi; y extraña la ausencia
de Amour, de Haneke, quizás porque
sería estrenable). Pero a cambio nos da la oportunidad de poder volver a ver (o
descubrir), por ejemplo, Terciopelo azul,
El resplandor, Sin techo ni ley, La
ceremonia y hasta, extrañamente, la última película de Bonello, L’Appollonide, que ya pasó por Mar del
Plata y el Bafici. Pero además de Lynch, Kubrick, Varda y Chabrol, también
Mekas, Bigelow, Pialat… y siguen las firmas. ¡Festín cinéfilo!
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