La vida nueva (Argentina/2011/75’).
Dirección: Santiago Palavecino.
Guión: Alejandro Martín Mauregui, Santiago Mitre y Santiago Palavecino.
Fotografía: Fernando Lockett.
Montaje: Santiago Esteves y Alejo Moguilansky.
Intérpretes: Martina Gusmán, Alan Pauls, Germán Palacios, Ailín Salas.
Nota urgente: ¡No se pierdan esta película!
Ya lo dije en la charla que pudimos tener el sábado 1° de octubre en La Autopista del Sur con Santiago Palavecino: La vida nueva es una película que a uno lo acompaña un buen tiempo después de haberla visto en el cine y que, además, crece con el transcurso de ese tiempo.
No quiero aquí repetir cosas que he dicho en el N° 233 de El Amante/Cine (o que “voy a decir”, porque en realidad lo escribí hace varios días pero la revista no está aún en los kioskos). Sin embargo, las múltiples lecturas que la película en cuestión admite y el entusiasmo provocado por el muy interesante reportaje antes referido (interesante por las repuestas, claro está), me llevan a darle vuelta a algunas cuestiones que me quedaron en el tintero.
Uno de los temas que hablamos con el director de La vida nueva tiene que ver con la forma en que se procedió a su presentación y distribución, más cercana al mainstream local que al cuidado artesanal que una producción en alguna medida alejada de los cánones tradicionales hubiera merecido. Tengo para mí que algo de eso ocurrió con Carancho (de Pablo Trapero, ahora productor de la película a la que ahora nos referimos), que si bien funcionó muy bien con la cantidad de público (en gran parte por el gancho que representa la figura de Ricardo Darín), en alguna medida ese público se sintió “defraudado” en relación con lo que esperaba. Lo aclaro: Carancho para mí es una gran película; sólo digo que la forma en que se produjo su lanzamiento pudo hacer pensar a cierto público que se estaba acercando a otra cosa (algo de esto, aunque por razones distintas, sucedió con la inigualable El aura, en relación con el influjo y el peso de Nueve reinas).
Y me permito esta larga introducción en la que todavía poco digo de La vida nueva porque temo que los prejuicios y/o las publicidades algo engañosas puedan hacer que esta película no sea vista por la cantidad de público que se merece. Estamos ante una obra impar, de un director que comparte con nosotros su universo de una densidad y con una intensidad poco habituales. Hay algo en La vida nueva que la hace divisible por tres: el melodrama, el policial y la pintura de un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, se condicen con el trío central (Juan/Alan Pauls, veterinario del pueblo; su mujer, Laura/Martina Gusmán, profesora de piano; Benetti/Germán Palacios, músico y ex pareja de Laura) y con el triángulo de jóvenes que desata el hecho policial que provoca el sismo que ataca los cimientos de la vida de los protagonistas. Esta circunstancia, marcada por las disrupciones y el distinto tono de las actuaciones, da perfecta cuenta de esos momentos en que la vida, ante un hecho fortuito e inesperado, queda suspendida, entre paréntesis. Esa atmósfera onírica, en la que más que hablar de pesadilla, merecería aludirse a la sorpresa, a la incapacidad para comprender en toda su dimensión lo que está sucediendo, a la dificultad o imposibilidad de reaccionar, configura el clima que impregna toda La vida nueva. Sin embargo, lejos estamos de una pesadilla kafkiana; hay también cierto morboso placer en la falta de fronteras físicas y temporales, de disfrute ante el descubrimiento de sucesos y sensaciones inesperadas.
La intensidad de La vida nueva es algo poco habitual en nuestro cine. El juego con los distintos tonos actorales suma capas al film y, lejos de expulsar con ciertos momentos incómodos, suma verdad de un modo mucho más profundo y verista que el que posiblemente permitiría un acercamiento más lineal.
En fin, que si es por recomendar: lean estas líneas, VAYAN AL CINE A VER LA VIDA NUEVA y, después, compren El Amante/Cine. Allí la seguimos….
Fernando E. Juan Lima
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