Por Sergio M. Napoli
A pocos días del comienzo del BAFICI 2013 empezamos a subir nuestras reflexiones, que no pretenden ser recomendaciones, sobre algunos de los títulos que formarán parte de esta nueva edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires.
En esta oportunidad: Assayas,
Kitano, de Oliveira, Seidl
Après mai, de Oliver Assayas
Como su nombre lo insinúa, Après mai es la película que Assayas dedica al mayo francés. Muchos podrán preguntarse
si era necesaria otra versión cinematográfica sobre la generación que
revolucionó a París, y al mundo, a fines de la década del sesenta. El director
francés demuestra a esas almas dubitativas que todavía es posible abordar el
tema y no morir en el intento.
Probablemente se trate del film
menos “autoral” de Assayas que, sin embargo, logra trasmitir el clima de época
y la ebullición política y hormonal imperante a partir de las vivencias de un
grupo de adolescentes de colegio secundario que, en 1971, pretenden hacer su
propio camino, tanto desde la militancia partidaria como desde las distintas
movidas artísticas.
Aun cuando provengan de diversas
vertientes ideológicas, a todos los une la necesidad de cambiar el orden
establecido y la más profunda convicción de que ello es posible. Escriben
artículos, se manifiestan en las calles, pintan, filman, todo para
acabar con las instituciones burguesas, representadas por sus padres y por casi
todos los adultos.
Se trata de una película de
estructura y narración convencional, más sentida que pensada, transparente,
como lo son los jóvenes retratados, que podrían ser los héroes de cualquier novela
romántica. En particular, Gilles (Clement
Mètayer) que a su participación política y su veta artística suma una
particular relación amorosa con la etérea Laura (Carole Combes). Será justamente él en quien más
claramente se verá reflejado el esplendor y ocaso del movimiento sesentista.
Especialmente cuando, luego de un viaje iniciático por Italia, vuelva a la
realidad y se vea incorporado, poco a poco, en ese sistema que quería destruir.
Assayas no adopta una visión
nostálgica que se lamenta por la desaparición de un tiempo mejor ya perdido,
por el contrario celebra esos años mostrando sus profundas contradicciones.
Párrafo final para la
acertada elección de los intérpretes, un grupo de jóvenes y poco conocidos
actores que aportan una frescura y naturalidad sin la cual el film podría haber
desarrancado
Outrage Beyond, de Takeshi Kitano
Un estudio integral del cine de
yakuza jamás podrá soslayar la obra de Takeshi Kitano quien, desde los años
noventa ha venido reinventando y oxigenando al género. Y si bien la riqueza del
cine del director japonés no se agota en el cine de género, lo cierto es que
sus películas sobre el crimen organizado son ya una marca registrada.
En esta oportunidad vuelve sobre
el gangster Otomo quien, tal como lo dejara en su anterior película Outrage (2010), se encuentra terminando de cumplir una condena en prisión.
Muchas cosas han variado en
el mundo que Otomo encuentra al salir en libertad. Incluso los yakuza, los
políticos y la policía han cambiado.
Es justamente en esos cambios y
en la corrupción de las instituciones que hace foco Outrage beyond. En un nuevo mundo en el que la policía negocia con la mafia
y media en sus conflictos internos y en el que los políticos sellan pactos electorales con
los capos de los clanes. En esta realidad la yakuza ha debido aggiornarse y la generación en el poder no respeta los códigos de honor y sólo persigue el
máximo beneficio económico mediante medios que la vieja guardia no comprende ni aprueba.
Será este contexto el que
obligará a Otomo a cambiar sus planes de retiro y a involucrarse en
una disputa de poder en el seno de familias rivales que involucra a
mafiosos, políticos y policías.
Uno se
siente tentado a sostener que este Kitano es el mismo de siempre, ya que la
película exuda violencia y humor y carece de cualquier elemento que torne banal
o esconda la crudeza e impiedad del universo descrito (por eso, según el propio
director, no hay personajes femeninos que puedan crear momentos de emoción que
distraigan al espectador “de la realidad de la guerra de policías y mafiosos”).
Sin embargo, se notan cambios
tanto de fondo como de forma. La temática social-política aparece esta vez de
una forma y con un peso que no se veía en películas anteriores.
También Kitano utiliza la cámara
en forma más inquieta, dotando a las escenas de ciertos movimientos que no eran
característicos de su cine. Además la banda de sonido se aleja del estilo de
las precedentes e incide en una forma totalmente distinta sobre las imágenes
que acompaña.
Se podrá decir que es un Kitano mucho más “americano” y en este
punto, seguramente, habrá polémica. Sin embargo, el cambio no parece
afectar ni la coherencia ni la solidez de la película que con el paso del
tiempo crece en la consideración de quien escribe.
Gebo et l’ombre, de Manoel de Oliveira
El director portugués demuestra
que, a los ciento cuatro años de edad, es capaz de realizar una gran película
y, al mismo tiempo, darnos una lección cinematográfica a quienes renegamos de la teatralidad en el cine.
En Gebo et l’ombre, de Oliveira
traslada a la pantalla una pieza teatral de 1923 de su compatriota Raúl
Brandao, que cuenta la historia de un anciano contador (Gebo), que pese a su
edad, continúa trabajando para (apenas) mantener a su esposa y su nuera,
mientras su hijo Joao se encuentra lejos del hogar por haber cometido actos de suma gravedad que su madre, que ansía su regreso, ignora. Los días pasan entre la monotonía, el sacrificio,
la añoranza y la extrema solidaridad y piedad de los miembros de la familia. En
ese microcosmos irrumpirá Joao, cuyo retorno desencadenará la tragedia.
El relato transcurre en un
espacio cerrado, delimitado y oscuro que genera un clima de agobio que crece
minuto a minuto. De Oliveira, con rigor espartano, un estilo antinaturalista y
una cámara frontal que remite a los albores del cine, nos hipnotiza para
mostrarnos en este cuento moral, las grandezas y las miserias de la naturaleza
humana.
A ello se suman las perfectas
interpretaciones de un casting internacional conformado por Michael Lonsdale,
Claudia Cardinale, Jeanne Moreau, Leonor Silveira y Luis Miguel Cintra.
Parte de la trilogía de Seidl sobre
tres mujeres de una misma familia de clase media austríaca. Paradis: Faith se
centra en Anna María, una misionera que en una ciudad de la conservadora Austria se encarga de llevar, puerta a puerta, la palabra del señor. Para cumplir con esa misión se vale de una imagen de la virgen María con la que
intenta convertir al cristianismo a todo aquél que decida brindarle un rato
de su tiempo.
Mientras tanto, la vida privada de esta
integrante de la Legión del Sagrado Corazón transcurre entre conversaciones con
Dios, flagelaciones, penitencias y la autosatisfacción con un crucifijo.
Además, debe convivir con su marido Nabil, un egipcio que ha quedado paralítico
por un accidente por el que ya no siente nada pero debe cuidar por caridad
cristiana.
Paradis: Faith es una película
despareja, construida a partir de diálogos improvisados y actores no
profesionales que si bien tiene momentos de comedia negra bien logrados –imperdibles
dos intentos de conversión fallidos-, cae en un pozo profundo cuando pretende
reflexionar seriamente sobre la religión o escandalizar con ciertas escenas.
Algunas de estas reseñas han sido
tomadas de las crónicas publicadas en el sitio A Sala Llena en ocasión de la
cobertura de La Mostra Internazionale d´ Arte Cinematográfica de Venezia en
2012.
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