El amante (Io sono l’amore, Italia/2009/120’).
Dirección: Luca Guadagnino.
Guión: Luca Guadagnino, Barbara Alberti, Ivan Cotroneo, Walter Fasano.
Intérpretes: Tilda Swinton, Flavio Parenti, Edoardo Gabriellini, Alba Rohrwacher, Pippo Delbono, Diane Fleri, Maria Paiato.
Grupo de Familia
Io sono l´amore (me niego a utilizar el inexplicable y poco original título elegido por la distribuidora local) es una película extraña, de esas que resultan difíciles de encasillar y también de calificar. La historia, que no se destaca por su originalidad, ni tampoco lo pretende, se centra en los Recchi, una tradicional y poderosa familia de la clase alta industrial milanesa que parece destacarse por su sofisticación, cierto snobismo y muchas tensiones afectivas internas. Este microuniverso es
excelentemente retratado por la cámara de Guadagnino en los primeros sesenta minutos del film en los que, a partir de una cuidadosa y detallista puesta en escena y una prudente economía en los diálogos nos permite conocer a los integrantes del clan y el rol que juegan en el complejo entramado social y familiar. Es este sin duda el mejor tramo del film, en el que, permítaseme la herejía, con tono “Viscontiano” se describen las miserias, desventuras y contradicciones de estos miembros de la alta burguesía italiana. Sin embargo, lo que hasta ese momento funciona tan perfectamente comienza a desarticularse cuando el director decide girar hacia el melodrama más tradicional y centra la atención en la relación amorosa que entabla Emma (Tilda Swinton), esposa del heredero del imperio Recchi, con Antonio (Edoardo Gabriellini), el mejor amigo de su hijo Edoado (Flavio Parenti). A partir de este punto se evidencia un progresivo apartamiento del registro inicial y un abuso de ciertos clisés de género como único recurso para hacer avanzar la historia en un camino mucho más convencional que el originalmente propuesto. A ello se suman algunas sub-tramas (el lesbianismo de la hija de Emma, la venta de la empresa familiar) carentes de espesor y muy poco trabajadas. Son estos los pasajes más flojos del film, en el que Guadagnino parece abjurar de la sofisticación inicial y abusa de ciertos ejercicios estilísticos, que se asemejan más a un golpe de efecto calculado que a una intensión de narrar a través de la imagen. Sin perjuicio de estas observaciones finales, Io sono l’amore es un producto que, con sus claroscuros, deja tela para cortar y, sobretodo, para debatir. Además, se trata de una propuesta que, con sus aciertos y errores, pretende apartarse del modelo y las formas del cine comercial italiano de los últimos años, cuyos patéticos exponentes hemos debido soportar recientemente en las pantallas nacionales.
Sergio M. Napoli
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