Dirección: Alex de la Iglesia.
Guión: Alex de la Iglesia.
Intérpretes: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Manuel Tallafé, Alejandro Tejerías, Manuel Tejada, Paco Sagarzazu.
Bancate la diferencia
Alex de la Iglesia siempre ha hecho buddy movies. Monstruosas, esperpénticas, desaforadas, críticas y contradictorias, pero en todo su cine pareciera que el hilo que mueve la trama se vincula (de manera más o menos explícita) con la puesta en abismo de la relación de quienes deberían conformar una pareja. A veces con algún ribete sentimental, como en el caso de Perdita Durango (1997) y Los crímenes de Oxford (2007); más usualmente, la parejaque el
trabajo en cuestión era nada menos que evitar el triunfo de el Mal en la tierra, y La comunidad (2000). Desde Acción mutante este director viene construyendo una filmografía consistente, marcada no sólo por este continente o vehículo en el que tan bien se mueve, sino por el desafío que importa en el cine español avanzar sobre determinadas fronteras (genéricas y estéticas) que se consideraban infranqueables por parte de un cine de pretensiones populares. conformada por compañeros de trabajo, como en Muertos de risa (1999), 800 balas (2002), Crimen ferpecto (2004), o considerando la comunión que ve la luz en razón de la empresa que se acomete, como en Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), en el
trabajo en cuestión era nada menos que evitar el triunfo de el Mal en la tierra, y La comunidad (2000). Desde Acción mutante este director viene construyendo una filmografía consistente, marcada no sólo por este continente o vehículo en el que tan bien se mueve, sino por el desafío que importa en el cine español avanzar sobre determinadas fronteras (genéricas y estéticas) que se consideraban infranqueables por parte de un cine de pretensiones populares. conformada por compañeros de trabajo, como en Muertos de risa (1999), 800 balas (2002), Crimen ferpecto (2004), o considerando la comunión que ve la luz en razón de la empresa que se acomete, como en Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), en el
De la Iglesia siempre se ha acercado con cariño a géneros mayoritariamente menospreciados por quienes deciden qué películas ingresan al parnaso de las “obras de arte importantes” (desde la ciencia ficción al spaghetti western), asumiendo una cormaniana postura de orgullo en la mirada sobre lo que suele identificarse como cine B y, al mismo tiempo, puliendo los mecanismos técnicos con los que ha ido contando, para culminar haciendo películas que tienen un acabado mainstream pero que no reniegan de aquel espíritu presente desde sus primeras obras. Por lo demás, siempre tuvo una posición política muy clara en sus obras. Con gran desparpajo se ha metido con la Iglesia (El día de la bestia, con homenajes explícitos a Buñuel y Berlanga), la tiranía de lo que se conoce como “el mercado” (800 balas, Crimen ferpecto), Estados Unidos (Perdita Durango), el establishment cultural (Muertos de risa), las miserias de la clase media (La comunidad) y un largo etcétera. Es más, ha sabido arremangarse y meterse en el barro del ejercicio activo de la política al asumir la presidencia de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.
El problema es que ahora no nos gusta la postura política del director. Nos parece esquemática y discursiva su visión sobre la herida que sigue abierta en España en relación con la Guerra Civil. Es cierto, algo parecido a la Teoría de los dos demonios nos resulta antipático; ¿pero deberíamos destrozar la película por esta divergencia? ¿Se le puede perdonar a Tarantino su particular visión de la historia en Bastardos sin gloria y no ahora al español, simplemente porque nos cae mejor la primera? Es cierto que lo que en el primero es zumbón y festivo, aquí parece algo grave y ominoso. Sin embargo, en tiempos en lo que lo políticamente correcto se acerca a veces a una tiranía, de la Iglesia osa alzar la voz y mostrar su visión de un tema que se sabe ríspido y divisor de aguas. Más que su ide(ologí)a debería importarnos cómo la lleva al cine. Y allí está esa España profunda, que no logra despegar por sus atávicos conflictos (no ahondemos en la interpretación de su pretendida justificación), mostrada formalmente a través de la construcción de imágenes expresionistas que llegan a quitar el aliento (sobre todo al inicio y al final). El prólogo, la vida en el circo y la relación del payaso buen y el malo (en un esquema que remite a Muertos de Risa; cierto que con menos sutileza, ya que allí uno y otro rol no era tan claro), la recreación de momentos esperpénticos que pasan de causar risa a motivar espanto y la utilización de elementos icónicos de la cultura española justifican que se aminore la utilización de esa especie de screaning ideológico que nos impediría disfrutar las muchas cosas buenas que tiene la película. El despliegue visual, los momentos de humor negrísimo, las explosiones de violencia y la aparente carencia de límites hacen que nos reencontremos con interés y esperanza con este director. Es que, sin estar a la altura de sus mejores obras, con todos los defectos que se le puedan encontrar (todas sus películas, por lo demás, han sido saludablemente desparejas, impares, imperfectas), esta elección de recorrer un camino a tal punto riesgoso aparece a todas luces preferible frente al aciago futuro que podía aventurarse tomando en consideración la excepción a casi todo lo antes dicho: la sosa y olvidable Los crímenes de Oxford.
Fernando E. Juan Lima
Publicado en la revista El Amante
Publicado en la revista El Amante
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